sábado, 19 de marzo de 2016

Epidemia Juvenil

En las fronteras de los arboles de Magallanes, hay una cueva inequívoca.
Al rededor de los frutos se esconde algo oscuro, que absorbe todo lo que pasa cerca de el.
La espuma de la niebla quiere hablar, pero solo pueden escucharla los que se involucran y eso es demasiado peligroso para algunos humanoides con ideas estructuradas de supervivencia.
El latido de lo oscuro avanza por todas las tinieblas, incluso los peces tienen fe en ello porque piensan que acabaran en el mismo lugar donde se junta el rayo final.
Estruendo! latidos en la cueva, rebalsa en la montaña la duda. Todos queremos ir. Todos queremos avanzar...
Nos acercamos y se oyen pájaros, y vuelan murciélagos en la noche, el sonido de comer insectos te desespera, pero a mi me alienta a otro sueño, es el deja vu del aliado.
La energía del río subterráneo se huele, entra por la nariz como impregnando el pulmón izquierdo de húmedos recuerdos de otra existencia.
El viento recorre todas las ramas olvidadas por el silencio, entonces escucho tu voz que dice:

- Tengo algo en los ojos, la niebla se me pega como azúcar. No puedo ver de donde viene el llanto.

De la mano te llevo hasta la primera roca.
Estamos sentados pensando como entrar, sin darnos cuenta la roca se empieza a mover hacia adentro de la cueva, hace mucho frío pero podemos respirar todavía, el crujir de las criaturas se vuelve intenso. No tenemos miedo porque ya estamos del otro lado.
Las cataratas se chocan en la negra avenida que empieza a brillar rosácea, encontramos el camino.
Bajamos de la roca que nos trajo, las primeras pizadas son frágiles pero después nos acostumbramos
no llegamos a hundirnos.
Nos mojamos las manos y tomamos el agua rosa.
Todos se vuelve muy claro de repente. Empiezan a caer tus lágrimas pero no sentís tristeza.
Estamos en una isla con cielo de estalactitas redondas.
- Podría esta horas jugando en la arena celeste.

Cae del fondo una aureola arco iris que sonríe.


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